Según Mariana Lloveras en El Cronista, las compañías deben actualizarse ante los nuevos requerimientos de sus empleados, que han ido cambiando durante los últimos tiempos, especialmente luego de la pandemia. Es difícil, pero no imposible: algunas claves para empezar a construir un espacio de realización para todos.
El entorno laboral está en plena transformación. Millennials y centennials han desembarcado en él con nuevas expectativas respecto del balance entre el trabajo y la vida personal. Para ellos, el primero ya no parece ocupar un espacio tan central en sus vidas. Y no solo eso: exigen además una mayor flexibilidad, desean viajar y trabajar desde cualquier parte del mundo, y ostentan una mirada más global en cuanto a las compensaciones, salarios y beneficios.
Este nuevo paradigma ha impactado en las generaciones anteriores que se caracterizaban por ser más conservadores en sus elecciones y objetivos. Hoy, también el orden de prioridades de los integrantes de la Generación X o de los Baby Boomers está reclamando un mayor equilibrio.
Este nuevo panorama se acentuó aún más a partir de un fenómeno mundial que atravesó a todas las generaciones: la pandemia del COVID -19. Este suceso implhicó un gran desafío para empresas y organizaciones -todavía se percibe su impacto-, por los cambios que generó en la rutina personal y laboral de las personas. Actualmente, no importa la generación a la que pertenezcan, los trabajadores aspiran a una mejor calidad de vida y a transitar lo mejor posible las horas que dedican a sus obligaciones profesionales. Sus prioridades son otras.
Adecuarse a un nuevo escenario
Entonces ¿qué es lo que deben hacer las empresas ante este cambio de paradigma? La respuesta es fácil de enunciar pero no tan fácil de ser puesta en marcha: adaptarse. Es vital que las organizaciones respondan adecuadamente a estas nuevas demandas. Aun cuando el desafío trae novedades nunca antes enfrentadas: hay que crear una cultura de trabajo que logre combinar y nivelar las ventajas de las diferentes generaciones de empleados que conviven dentro de ella.
¿Cómo hacerlo? En primer lugar, es importante que las compañías entiendan que lo que anteriormente era una necesidad exclusiva de los jóvenes, ahora es una demanda que atraviesa a todas las generaciones por igual: nadie quiere estar incómodo en el trabajo por mejor retribuido que esté ni perderse momentos fundamentales de su vida personal a causa de jornadas laborales extensas o de exigencias innecesarias.
El tiempo de los horarios excesivos, los líderes autoritarios o la falta de oportunidades de crecimiento ya es, definitivamente, parte del pasado. Ahora se requieren líderes flexibles con objetivos claros, que puedan escuchar las necesidades y aportes de todos para generar un buen clima y un entorno productivo. La confianza es la base sobre la que se asienta este nuevo modo de conducir: es clave afianzar los vínculos y dialogar. Y también saber identificar y celebrar, aunque sea con pequeñas acciones, cada uno de los logros del equipo.
Además, este nuevo liderazgo debe ser apuntalado institucionalmente. Con programas que acompañen las distintas etapas de la vida de los empleados, por ejemplo. Esto ayuda también a que los trabajadores se sientan reconocidos y valorados. El ingreso a la compañía, el estudio de una carrera, el momento de formar una familia e incluso el retiro, son hitos muy importantes que se pueden apoyar con acciones concretas.
Y a la vez hay que amigarse con los desarrollos tecnológicos que irrumpieron a partir de la pandemia. Desde la posibilidad de contar con reuniones virtuales a usar la inteligencia artificial, los distintos recursos sin duda contribuyen a hacer más llevadera la vida de los empleados en el trabajo, facilitar sus tareas y obtener mejores resultados.
Aprovechar lo que cada generación tiene para dar
Pero por más que contemos con buenos líderes, programas y recursos tecnológicos existe un atributo de siempre, un poco más intangible, que amalgama imperceptiblemente a todos por debajo de la superficie: la existencia de valores compartidos. Solo ellos pueden conseguir que la gente se sienta parte una realidad laboral común, de una comunidad, si se quiere. En Camuzzi, por ejemplo -la empresa en la que yo trabajo-, esto es algo que promovemos constantemente: nos aseguramos de que nuestros hombres y nuestras mujeres, además de contar con las competencias profesionales del caso, sean buenas personas. La honestidad, la vocación de servicio, el gusto de trabajar con otros son valores que trascienden las generaciones. Y han colaborado decisivamente en la construcción de nuestra identidad como empresa. A punto tal que, más grandes o más chicos, todos nos identificarnos como «camuzzianos»: lo vivimos como algo que nos genera gusto y orgullo, que genuinamente nos destaca.
Como dije anteriormente, entonces, es necesario adaptarse y no es especialmente fácil. Pero es posible. Y cuando se genera una cultura compartida, un espacio donde impera la confianza en el otro, que no solo acepta las diferencias de cada generación sino que aprovecha al máximo las fortalezas y ventajas de cada una, el valor y el sentido de nuestro trabajo cotidiano se presenta como una oportunidad de dimensiones insospechadas. Seguramente vinculado al de la verdadera realización personal.