22 de diciembre de 2024
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Datos que hablan del empoderamiento económico

Explore los principales datos y hechos sobre el empoderamiento económico de las mujeres. Desde la desigualdad de ingresos y las tendencias del mercado laboral al emprendimiento y el acceso a los recursos financieros, estas estadísticas ponen de relieve la importancia fundamental del empoderamiento económico para avanzar hacia la igualdad de género e impulsar el desarrollo sostenible.

  • Los beneficios del empoderamiento económico de las mujeres
  • La condición de la mujer en la actualidad
  • Las mujeres y el mundo laboral
  • El trabajo de cuidados (trabajo remunerado y no remunerado)
  • El cambio climático y el medio ambiente
  • Energía sostenible
  • Las trabajadoras migrantes
  • La financiación para la igualdad de género
  • Notas

Los beneficios del empoderamiento económico de las mujeres

El empoderamiento económico de las mujeres es esencial para garantizar sus derechos y lograr la igualdad de género. El empoderamiento económico de las mujeres significa asegurar que las mujeres participan en igualdad de condiciones en el trabajo decente y la protección social y se benefician de ellos; acceden a los mercados y tienen control sobre los recursos, sobre su propio tiempo, su vida y su cuerpo; y gozan de más representación, capacidad de acción y una participación real en la toma de decisiones económicas a todos los niveles, desde los hogares a las instituciones internacionales.

Promover la justicia económica y los derechos de las mujeres en la economía y cerrar las brechas de género en el mundo del trabajo es esencial para materializar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y lograr los Objetivo de Desarrollo Sostenible[1].

Cuando el número de mujeres ocupadas aumenta, las economías crecen. El empoderamiento económico de las mujeres incrementa la diversificación económica y la igualdad de ingresos en pos de una prosperidad compartida [2].Se calcula que cerrar la brecha de género podría suponer un impulso de 7 billones de dólares estadounidenses para la economía mundial [3].

Mejorar el nivel de instrucción de las mujeres y las niñas contribuye al empoderamiento económico de las mujeres y a un crecimiento económico más inclusivo y sostenible desde el punto de vista medioambiental. La educación, el perfeccionamiento profesional y la recapacitación —especialmente para seguir el ritmo de las rápidas transformaciones tecnológicas que afectan al mundo laboral— son primordiales para la salud y el bienestar de las mujeres y las niñas, así como para sus oportunidades de generación de ingresos y su participación en el mercado de trabajo formal.

La igualdad económica de las mujeres es buena para los negocios. Las empresas se benefician enormemente del incremento de las oportunidades de empleo y liderazgo para las mujeres, que han demostrado aumentar la eficacia organizativa y el crecimiento. Según las estimaciones, las empresas que tienen tres o más mujeres en puestos directivos superiores consiguen mejores resultados en todos los ámbitos de desempeño [4].

La condición de la mujer en la actualidad

Una de cada 10 mujeres vive en la pobreza extrema (10,3 por ciento). De continuar las tendencias actuales, se estima que en 2030 el 8 por ciento de la población mundial de mujeres —342,4 millones de mujeres y niñas— todavía vivirá con menos de 2,15 dólares estadounidenses al día. La mayoría (220,9 millones) residirá en el África Subsahariana [5].

Las mujeres tienen menos probabilidades de tener acceso a la protección social. Las desigualdades de género en el mundo laboral y en el trabajo de calidad se traducen en una brecha de acceso a los beneficios de protección social que se adquieren mediante el empleo, como las pensiones, las compensaciones por desempleo o la protección por maternidad. La cobertura de las mujeres va a la zaga de la de los hombres en 8 puntos porcentuales (34,3 por ciento y 26,5 por ciento respectivamente). Se calcula que, en todo el mundo, un 73,5 por ciento de las mujeres trabajadoras asalariadas carece de acceso a la protección social [6].

Las mujeres padecen una mayor inseguridad alimentaria que los hombres. La brecha de género en relación con la inseguridad alimentaria ha pasado del 1,7 por ciento en 2019 a más del 4 por ciento en 2021, con un 31,9 por ciento de las mujeres en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en comparación con el 27,6 por ciento de los hombres. Este fenómeno es todavía más acusado para las mujeres mayores y las indígenas, las mujeres afrodescendientes, las personas de género diverso, las personas con discapacidades y las que viven en zonas rurales y remotas [7].

Las mujeres y las niñas sufren más las consecuencias de la falta de sistemas de agua y saneamiento gestionados de forma segura. Las mujeres y las niñas son las responsables de recoger agua en el 70 por ciento de los hogares que carecen de instalación de agua. La gestión de la higiene menstrual resulta difícil cuando no hay agua, jabón o instalaciones sanitarias sensibles al género, ya sea en el hogar, en la escuela o en el trabajo [8].

Las mujeres tienen menos probabilidades que los hombres de acceder a las instituciones financieras o de disponer de una cuenta bancaria. La brecha de género en la titularidad de cuentas bancarias se redujo en 2021 después de años de estancamiento, aunque los porcentajes varían según las economías. En los países en desarrollo, la brecha de género se sitúa en el 6 por ciento, mientras que la cifra a escala mundial es del 4 por ciento, con un 78 por ciento de hombres que aseguran tener una cuenta en una institución financiera oficial frente al 74 por ciento de las mujeres [9].

La brecha digital sigue siendo una brecha de género, con un 37 por ciento de mujeres en todo el mundo que no usan Internet, lo que significa que hay 259 millones menos de mujeres que hombres que tienen acceso a Internet [10].

Las mujeres y el mundo laboral

Las diferencias de género en la legislación afectan tanto a las economías en desarrollo como a las desarrolladas y a las mujeres de todas las regiones. En todo el mundo, más de 2.700 millones de mujeres están sujetas a restricciones legales que les impiden gozar de la misma libertad de elección de trabajo que los hombres. De las 190 economías evaluadas en 2023, más de un tercio (69 economías) tienen leyes que limitan la decisión de las mujeres de trabajar y 43 carecen de legislación sobre acoso sexual en el lugar de trabajo [11].

Las mujeres tienen menos probabilidades de participar en el mercado laboral que los hombres en todo el mundo. La brecha de género mundial en materia de participación en la fuerza laboral se mantiene en el 30 por ciento desde 1990, con un 80 por ciento de los hombres frente al 50 por ciento de las mujeres. La tasa de participación en la fuerza laboral de las mujeres de entre 25 y 54 años en 2022 fue del 61,4 por ciento en comparación con el 90,6 por ciento de los hombres. Las mujeres de ese grupo de edad con al menos una hija o un hijo de menos de seis años sufren una «penalización por maternidad» ya que la brecha crece del 29,2 por ciento al 42,6 por ciento, con una participación femenina del 53,1 por ciento y una participación masculina del 95,7 por ciento [12].

Las mujeres tienen una probabilidad ligeramente inferior que los hombres de estar desempleadas, pero sufren un déficit de empleo muy superior. En 2022, la tasa de desempleo mundial de las mujeres y los hombres se situó en el 5,7 por ciento y el 5,8 por ciento, respectivamente. Según las previsiones, esas cifras permanecerán relativamente estables en 2024. Sin embargo, la tasa de incidencia de déficit de empleo de las mujeres en 2022 fue del 15,0 por ciento y la de los hombres, del 10,5 por ciento, lo que significa que hubo 153 millones más de mujeres con una necesidad de empleo insatisfecha, frente a 115 millones de hombres [13].

Las mujeres están sobrerrepresentadas en el empleo vulnerable e informal. Casi el 60 por ciento del empleo de las mujeres en todo el mundo se enmarca en la economía informal y, en los países de ingresos bajos, la cifra supera el 90 por ciento, según el último estudio disponible, que data de 2018 [14].

En el sector agrícola, las mujeres están sobrerrepresentadas en el trabajo estacional, informal, a tiempo parcial y de salario bajo, que ofrece un acceso limitado a la protección social [15]. El 36 por ciento de las mujeres trabajadoras y el 38 por ciento de los hombres trabajadores de todo el mundo trabajaban en sistemas agroalimentarios en 2019, aunque esas cifras podrían excluir a quienes trabajan por cuenta propia y a las trabajadoras y trabajadores familiares no remunerados. Existen notorias diferencias entre países y regiones. En el África Subsahariana, el 66 por ciento del empleo femenino se concentra en los sistemas agroalimentarios, frente al 60 por ciento en el caso de los hombres. En Asia Meridional, el 71 por ciento de las mujeres ocupadas trabajan en el sector agroalimentario, en comparación con el 47 por ciento de los hombres [16].

Las agriculturas tienen un nivel significativamente inferior que los agricultores de acceso, control y propiedad de la tierra y otros activos productivos. Por ejemplo, a escala mundial, menos del 15 por ciento de las personas que poseen tierras son mujeres, aunque hay importantes variaciones entre países. Cerrar la brecha de género en materia de productividad agrícola y la brecha salarial en el empleo del sector agroalimentario podría incrementar el producto interno bruto mundial en un 1 por ciento, es decir, casi 1 billón de dólares estadounidenses [17].

Las mujeres reciben salarios inferiores a los de los hombres. La brecha salarial de género es de alrededor del 20 por ciento. Eso significa que las mujeres ganan un 80 por ciento de lo que perciben los hombres, aunque esta cifra subestima la extensión real de la desigualdad salarial, sobre todo en los países en desarrollo, en los que predomina el empleo informal por cuenta propia [18]. Las mujeres también se enfrentan a una penalización salarial por ser madres, que aumenta cuanto mayor es el número de hijas e hijos que tiene una mujer [19].

Las mujeres tienen menos probabilidades de ser empresarias y se enfrentan a más obstáculos para poner en marcha su negocio. En 2022, la actividad de creación de empresas por parte de mujeres se situó en el 10,1 por ciento, una cifra que equivale al 80 por ciento de la tasa masculina, que fue del 12,6 por ciento. Sin embargo, en el caso de las empresas ya establecidas, la tasa del 5,5 por ciento de las mujeres suponía el 68 por ciento de la tasa de los hombres, que fue del 8,1 por ciento. Eso significa que la brecha de género es mayor cuanto más avanza el ciclo empresarial, lo que demuestra que las mujeres no sólo se enfrentan a múltiples obstáculos para iniciar un negocio, sino que también les resulta más difícil mantenerlo debido a la desigualdad [20].

Con frecuencia se observan altas tasas de emprendimiento entre las mujeres en los países de ingresos medianos y bajos en los que escasean las opciones de trabajo decente, lo que pone de relieve el importante vínculo que une el empleo con el emprendimiento [21].

La violencia y acoso en el lugar de trabajo afectan a las mujeres con independencia de la edad, el lugar, los ingresos o el estatus social. Se calcula que el costo económico para la economía mundial de las instituciones sociales discriminatorias y la violencia contra las mujeres asciende a unos 6 billones de dólares estadounidenses anuales [22].

El trabajo de cuidados (trabajo remunerado y no remunerado)

El trabajo de cuidados no remunerado es esencial para el funcionamiento de la economía, pero a menudo no se contabiliza ni se reconoce [23].

Las mujeres asumen una carga desproporcionada de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. En todo el mundo, las mujeres —en especial, las pertenecientes a grupos racializados, migrantes y de bajos ingresos— realizan más de tres cuartas partes del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado [24].

En 2050, a escala mundial, las mujeres seguirán dedicándole casi 2,5 horas diarias más que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado, si continúa la tendencia actual [25].

Si al trabajo no remunerado realizado por las mujeres se le asignara un valor monetario, este sería superior al 40 por ciento del PIB en algunos países según estimaciones conservadoras [26].

Las mujeres constituyen la mayoría de las personas dedicadas al trabajo de cuidados remunerado, incluidos el ámbito sanitario, la educación y el trabajo doméstico remunerado. A pesar de ser esencial, este trabajo está mal pagado, se considera no cualificado y, a menudo, es inseguro [27]. Alrededor del 80 por ciento de las personas trabajadoras del hogar en todo el mundo son mujeres; el 90 por ciento no tiene acceso a prestaciones de la seguridad social y la jornada laboral semanal de más de la mitad carece de límite de horas [28].

Cerrar las brechas existentes en las políticas de cuidados y ampliar los servicios de cuidados mediante trabajo decente puede crear casi 300 millones de empleos para 2035, lo que contribuiría a reducir las desigualdades de género en el empleo y generaría importantes beneficios sociales y económicos [29].

Entre el 70 y el 90 por ciento de los empleos creados mediante la inversión en la infraestructura del cuidado beneficiará a las mujeres [30].

Los estudios indican que la inversión en el sector del cuidado podría crear casi tres veces más puestos de trabajo que la misma inversión en la construcción y generar un 30 por ciento menos de emisiones de gases de efecto invernadero [31].

El cambio climático y el medio ambiente

La degradación medioambiental y el cambio climático tienen una repercusión desproporcionada en las mujeres y en la infancia. Por norma general, las mujeres padecen las peores consecuencias de las alteraciones climáticas y de los problemas de salud derivados de la contaminación doméstica y urbana, que incrementan el tiempo que dedican a cuidar a las personas y el planeta. Dado que los recursos de la tierra, forestales e hídricos están cada vez más amenazados, privatizados o «secuestrados» por inversiones comerciales, las comunidades locales y las poblaciones indígenas, sobre todo las mujeres, cuya subsistencia depende de esos recursos, se ven marginadas y desplazadas.

Más de 1.200 millones de empleos —es decir, el 40 por ciento de la fuerza laboral mundial— que dependen directamente o en buena medida del medio ambiente y los ecosistemas están en grave peligro [32].

Las mujeres se enfrentarán a un grave riesgo de perder su empleo debido a su alta participación en sectores sensibles a los efectos del cambio climático, como la agricultura [33].

En caso de que se cumpla el peor escenario planteado, el cambio climático puede empujar a la pobreza a 158,3 millones más de mujeres y niñas (16 millones más que el número total de hombres y niños). Las proyecciones indican que la inseguridad alimentaria incrementará hasta afectar a 236 millones más de mujeres y niñas, en comparación con 131 millones más de hombres y niños [34].

El avance de los países hacia una transición justa podría suponer la creación de 24 millones de empleos nuevos en todo el mundo para 2030 [35].

No obstante, más del 80 por ciento de los nuevos puestos de trabajo creados, fundamentalmente mediante el abandono gradual de la minería del carbón y la generación de electricidad con carbón, corresponderán a sectores que en la actualidad están dominados por los hombres. Sólo el 20 por ciento de esos nuevos empleos se enmarcarán en sectores en los que las mujeres son mayoría [36].

A escala mundial, las probabilidades de las mujeres de morir durante una catástrofe son 14 veces más altas que las de los hombres [37].

Energía sostenible

Una energía sostenible, limpia y asequible puede impulsar la consecución de la igualdad de género, la reducción de la pobreza y la transformación de las normas sociales, pero muchas mujeres seguirán sin disponer de ella. Si se mantienen las tendencias actuales, se estima que, en 2030, 341 millones de mujeres y niñas carecerán de suministro eléctrico; el 85 por ciento residirá en el África Subsahariana [38].

El acceso universal a la electricidad podría ayudar a poner fin a la pobreza para 185 millones de mujeres de aquí a 2050 [39].

El acceso a los combustibles y tecnologías no contaminantes para cocinar también sigue fuera de alcance de muchas mujeres. De aquí a 2030, se prevé que la cobertura será sólo del 23 por ciento en el África Subsahariana y del 17 por ciento en Oceanía (excepto Australia y Nueva Zelandia) [40].

Para 2050, la transición a las cocinas modernas podría resultar en 6,5 millones menos de muertes por contaminación del aire doméstico [41].

Las mujeres y las niñas tienen más probabilidades de soportar la carga de la pobreza energética y de sufrir las consecuencias adversas de la carencia de una energía segura, fiable, asequible y limpia. La contaminación del aire en interiores debida al uso de combustibles fósiles como fuente de energía doméstica provocó 3,2 millones de muertes en 2020, un problema que afecta de forma desproporcionada a las mujeres y a la infancia [42].

Las trabajadoras migrantes

Según los cálculos, las mujeres representan el 48 por ciento de los 281 millones de personas migrantes internacionales. Las mujeres que migran como trabajadoras se enfrentan a varios retos, incluida la potencial discriminación de género en el mercado laboral y la falta de redes de apoyo en un país extranjero. Muchas mujeres migran como integrantes de una familia en lugar de hacerlo únicamente en busca de oportunidades laborales. Esos factores pueden provocar que las mujeres estén menos representadas entre las personas trabajadoras migrantes [43].

Las trabajadoras migrantes envían a su país de origen una parte sustancial de sus ganancias, en un porcentaje igual o superior al de los hombres, a pesar de que los datos desglosados sobre remesas son limitados, de las desigualdades de género en el mercado laboral y de las brechas salariales de género en todo el mundo [44].

Las trabajadoras migrantes son más proclives que los hombres a enviar remesas periódicas debido a la mayor intensidad de los vínculos familiares de las mujeres y al deseo de protegerse y proteger financieramente a sus familias [45], un hecho que subraya la relación entre la función de cuidadora de la mujer en el hogar y su mayor tendencia a enviar remesas [46].
Las trabajadoras migrantes tienen una gran presencia en el trabajo informal, mal remunerado y no regulado. En 2021, los principales sectores de ocupación de las mujeres migrantes fueron: servicios (79,9 por ciento), industria (14,2 por ciento), y agricultura (5,9 por ciento). Hay más mujeres migrantes que hombres trabajando en ámbitos relacionados con los servicios, a menudo debido a la creciente demanda de mano de obra en actividades de cuidados, como la atención sanitaria y el trabajo doméstico [47].

De los más de 67 millones de personas trabajadoras mayores de 15 años en el sector doméstico, un 80 por ciento son mujeres y una de cada cinco es migrante [48].

La financiación para la igualdad de género

En 2021-2022, el 43 por ciento de la Ayuda Pública al desarrollo (APD) de asignación bilateral —que es la ayuda que las fuentes gubernamentales oficiales abonan directamente a los países receptores— incluía la igualdad de género como objetivo político (64.100 millones de dólares estadounidenses), lo que supone un retroceso frente al 45 por ciento de 2019-2020.
De esa ayuda, sólo el 4 por ciento se destinó a programas cuyo objetivo principal era la igualdad de género, una proporción similar a la del periodo anterior.

En 2020, la OCDE hizo un estudio sobre los servicios y los fondos de financiación mixtos. Estos instrumentos utilizan la financiación de forma estratégica para atraer más dinero para el desarrollo sostenible de los países en desarrollo. El estudio descubrió que sólo el 1 por ciento de los activos gestionados de este modo se asignó estableciendo la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres como objetivo principal [49].

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